Corría junio de 1995 cuando un joven de 21 años, con una vida dedicada al básquetbol tenía una decisión tomada: colgar sus zapatillas y armar sus valijas para iniciar un nuevo capítulo. Luciano Morero había sido formado desde niño en Libertad de Sunchales, el club en el que su padre también había dejado su huella y donde, literalmente, vivieron buena parte de su vida familiar. Sin embargo, el destino lo llevó a dejar su ciudad natal y a radicarse en San Miguel de Tucumán sin imaginar que esa mudanza marcaría su presente profesional y su lugar en el mundo.

“Me vine el 19 de junio de 1995; justo ahora se cumplieron 30 años que vivo en Tucumán”, cuenta con una mezcla de asombro y afecto. Su llegada no tuvo que ver con el deporte. “Fue por trabajo. Conseguí un puesto en una compañía de seguros que es de Sunchales, pero que era para trabajar acá. Así que me vine directo a trabajar. En ese momento, ya había tomado la decisión de dejar el básquet. Yo jugaba en Primera desde los 17 en Libertad, pero quería enfocarme en mi carrera laboral”, recuerda.

Pero Tucumán, como suele suceder con quienes se dejan adoptar por la provincia, lo envolvió con su gente, con su calidez y con su ritmo distinto. Y el básquet, que parecía haberse quedado en Santa Fe, volvió a encontrarlo. “Al poco tiempo de estar acá empecé a conocer gente. Un amigo me presentó a un dirigente de Huracán BB y me convencieron. Volví a las canchas casi sin pensarlo”, relata. Lo que siguió fue una década intensa, repleta de logros, camisetas cambiadas, títulos y emociones. “Mi trayectoria son esos años de carrera en Tucumán; con Huracán, Tucumán BB, All Boys y la selección tucumana… Logramos muchísimos campeonatos”, enumera con orgullo.

Los números hablan por sí solos. Fue campeón en Huracán BB en múltiples torneos locales desde 1995 hasta 1997. En Tucumán BB también levantó trofeos entre 1999 y 2001. En 2001 ascendió con All Boys, y en 2002 repitió campeonato con la fusión entre All Boys y Central Córdoba. Incluso tuvo un breve paso por la Liga Nacional B y una participación decisiva en el TNA con Tucumán BB, cuando ayudó al equipo a evitar el descenso en 2003 bajo la dirección de Carlos Eduardo Romano.

Pero si hay una medalla que conserva con un cariño especial es la obtenida con la selección tucumana. “Jugué para la selección de Tucumán entre 1996 y 2001. Y en el ‘98 fuimos campeones argentinos. Eso fue muy especial. Representar a la provincia que me recibió, y hacerlo con éxito, fue un gran orgullo”, asegura.

Su vínculo con Huracán va más allá de lo deportivo. “Me crié en Libertad de Sunchales desde los cuatro años. Pero acá, Huracán fue el club que me abrió las puertas, en donde logré la mayor cantidad de títulos y en donde encontré un grupo humano muy fuerte. Así que uno también tiene el corazón ahí. Hoy mi hijo de 16 años también juega en Huracán, así que seguimos ligados sentimentalmente al club”, dice con emoción.

Al mirar en retrospectiva, reconoce que el deporte le dio más de lo que esperaba. “Creo que logré en su medida todo lo que me propuse. Fui campeón en todos los clubes en los que jugué. Me llamó la selección. Y todo eso lo hice mientras trabajaba en tiempo completo. Por eso, a los 31 años decidí dejar la actividad. Estaba agotado físicamente, con algunas lesiones, y el esfuerzo de combinar todo ya se hacía difícil”, explica.

Luciano nunca dejó el rubro de los seguros. “Estuve 25 años en la misma empresa que me trajo a esta provincia. Y desde hace tres, estoy en otra compañía, pero sigo en el mismo rubro”, cuenta. A la estabilidad profesional se le sumó el reconocimiento deportivo. “Me sentía muy considerado en el ambiente del básquet tucumano, como que era mi lugar. Por eso nunca me planteé volver a vivir a Sunchales”, confiesa. Sin embargo, su identidad santafesina sigue intacta. “Soy y seré siempre sunchalense. No hay dudas. Pero bueno, también es cierto que si me vine con 21 y hoy tengo 51, viví más años en Tucumán que allá… Así que sí, se podría decir que tengo algo de tucumano también”, dice entre risas.

Al hablar de Tucumán, hay una respuesta que repite con convicción: “Lo más lindo es cómo te recibe la gente. Sin conocerte, te abre las puertas de su casa. Eso hace que el desarraigo sea más fácil para el que viene de afuera. Es una provincia muy cálida en ese sentido”.

Cuando se le pregunta cuál es su lugar preferido, no duda. “Raco; es el lugar más lindo de Tucumán. Me encanta ir cuando tengo tiempo libre”, afirma. Y al hablar de sus referentes hace un repaso respetuoso por los nombres que marcaron su formación y su carrera: “En Sunchales me formaron mi papá (que falleció hace mucho), Remo Bertoldi y Walter Gregoris. También Roberto Vivo, Oscar Zanuzzi y Gonzalo García. De todos aprendí muchísimo, y acá en Tucumán, Gabriel Albornoz fue clave en mi paso por Huracán”, detalla.

Sobre su mejor momento deportivo no duda. “Los primeros años en Huracán BB, del 95 al 98, fueron espectaculares. Y el campeonato argentino con la selección tucumana fue lo más grande que me pasó en el básquet. El peor momento… el descenso con el seleccionado en 2001. Fue duro porque había mucho trabajo detrás”, admite.

Este tucumano por elección forjó su propio destino en una provincia desconocida para él hasta el momento en el que llegó. Vino por un trabajo, sin intenciones de seguir ligado al deporte, y terminó construyendo una vida atravesada por el básquet, los afectos y el arraigo. “Aquí formé una familia con señora Lucía. Tengo una hija del corazón, Valentina, y Matías y Guillermina”, finaliza.

Tucumán no sólo le ofreció un empleo: le dio una segunda casa, un equipo, una comunidad y una nueva historia que hoy continúa. Ahora desde las tribunas, acompañando a su hijo y recordando con cariño cada paso dado en el parquet.